Me encanta trabajar con perros, y tengo la costumbre de comparar las diferentes razas. Los labradores y los perdigueros me atraían por igual. Pero con el tiempo descubríque los labradores son enérgicos y parece que no se pueden aquietar. Son menos controlables y más problemáticos. Por otro lado, los perdigueros son calmados, tranquilos y se portan bien. Por eso me gustan los perdigueros más que los labradores.
Tengo otra costumbre: la de compararme a mí misma con otras personas. Tal vez tú hagas lo mismo. No soy tan bonita ni tan lista como ella. No tengo tanto éxito ni soy tan importante como él. ¿Sirve de algo mi vida? ¿Soy tan espiritual como ella? ¿Por qué no tengo el mismo gozo del Señor?
En 1 Corintios 12:7-31 se nos dice que como seguidores de Cristo, cada uno de nosotros es importante, y que todos formamos parte de un cuerpo. Así como cada una de las partes de nuestro cuerpo físico tiene un propósito (por muy pequeña o trivial que parezca), todos nosotros tenemos un propósito. Dios hizo a cada persona de manera singular. Si todos fuéramos iguales, ¿cómo podríamos ayudarnos unos a otros a crecer?
Cada uno de mis amigos peludos es distinto. Bleu es un labrador bien educado que no corre por todas partes haciendo desastres. Y Norman, un perdiguero, ladra todo el tiempo y me vuelve loca. No todos los labradores son malos ni todos los perdigueros son ángeles. No pueden ser moldeados en el mismo perro. De la misma forma, no todos tenemos los mismos dones o talentos. Puede que haya alguien más bonita, pero tal vez no tenga el don de trabajar con los animales. Tenemos que aceptar nuestras diferencias y contarlas como bendiciones (v.4).
Ten confianza en la persona que eres. No trates de ser alguien que no eres. Dios te ha hecho tal como eres. —Susan Lapchon (Pensilvania)