Un anciano chino tenía tres hijos. Ninguno de los muchachos se preocupaba por sus hermanos, y el padre estaba muy preocupado por su actitud egoísta.
En su lecho de muerte, el hombre llamó a sus tres hijos. Pidió a cada uno de ellos que tomaran un palito de comer y lo partieran en frente de sus hermanos. Lo hicieron sin esfuerzo. Luego les pidió que trajeran un manojo de palitos y trataran de partirlos. Ninguno lo pudo hacer.
Entonces les explicó que, igual que los palitos de comer, sus vidas se destrozarían fácilmente si permanecían separados. Sin embargo, si se unían, serían una fuerza formidable. Los hijos reconocieron su error y prometieron a su padre que serían más unidos.
Esta historia, aunque un poco simplista, ocupa un lugar especial en el corazón de muchos chinos. En una cultura oriental, la unidad en una comunidad se valora mucho. El país debe venir antes que la familia, y la familia antes que el individuo.
La Biblia también enseña acerca de la unidad. Pero a diferencia de la perspectiva oriental, la premisa y la práctica son completamente distintas. Como seguidores de Jesús hemos de estar unidos en mente y pensamiento. Esto simplemente significa que hemos de desarrollar una comprensión común de principios bíblicos, así como un conjunto de valores común por el cual se tomen las decisiones.
Pero ¿cómo hacemos eso? Primero debemos establecer sobre la base de las Escrituras una comprensión correcta y un conjunto de valores correcto. Segundo, debemos estar dispuestos a comunicar pacientemente y con precisión para agudizar nuestra mutua comprensión y esclarecer nuestros valores.
La frase «por el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Corintios 1:10) debe guiar la manera en que tratamos a otros seguidores del Señor. Sólo Él puede producir la unidad. —Lim Chien Chong