Pocas personas se afligen cuando escuchan que los criminales o los dictadores implacables mueren como resultado de sus delitos. Pero cuando las personas «inocentes» perecen, tal vez como resultado de algún desastre natural o de un acto terrorista, todos nosotros tendemos a preguntar por qué.
Ese siempre ha sido el caso. Job, uno de los libros más antiguos de la Biblia, es una sola gran pregunta: «¿Por qué sufren los “inocentes”?» En Lucas 13, dos tragedias también plantearon la pre gunta: «¿Por qué?»
Durante miles de años se creyó comúnmente en la cultura judía que la gente sufría primordialmente porque Dios los estaba castigando por algún pecado específico, lo cual a veces era cierto. Sin embargo, Jesús hizo hincapié en que todo el mundo debe arrepentirse delante de un Dios santo (Lucas 13:37).
¿Por qué? En realidad no hay gente inocente. Como nos dijo Pablo: «Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Dios no tiene que rendirnos cuentas y explicar por qué ocurren las tragedias, sino que nosotros tenemos que rendir cuentas a Dios y confesar nuestros pecados para poder una correcta relación con Él.
Cuando murieron miles de personas el 11 de septiembre de 2001, gente de todo el mundo preguntó: «¿Por qué?» Hasta donde yo sé, Dios no nos ha dado una respuesta directa a esa pregunta Sin embargo, lo que es mejor, es que Dios nos ha dado esta promesa: si nos arrepentimos y aceptamos el sacrificio de Jesús por nuestros pecados, nuestra muerte no será el final. Se nos asegur que nuestras almas vivirán para siempre.
Sabiendo eso, podemos entender fácilmente por qué nuestra necesidad de arrepentimiento es más importante que nuestra exigencia de saber por qué. —DO