La columna del semanario sobre el «andar espiritual» de residentes locales captó mi atención. Esta vez hablaba de alguien a quien yo respetaba mucho en la comunidad. Después de contestar las preguntas acostumbradas sobre sus libros preferidos, su ejemplo y su práctica de fe preferida, la persona describió aquello en lo que está trabajando en su vida espiritual.

Dijo que lucha con las estrictas creencias de su iglesia. Y señaló: «Es muy blanco y negro. Yo no veo la religión como algo que sea blanco o negro. Tiene muchas áreas grises. Si tuviera que des hacerme de esas áreas grises, probablemente buscaría una religión distinta.»

Lo que quiso decir con «áreas grises» no lo especificó, pero sus comentarios me hicieron considerar en qué momento nos sometemos a un sistema de creencias, o lo desechamos. Parece que mucho de lo que escuchamos hoy día refuerza la idea de que podemos creer sobre Dios lo que queramos y estar bien. Sin embargo, ¿será que esa mentalidad abierta en realidad es una excusa barata para pensar perezosamente (no molestarse con los hechos) y para una moralidad guiada por uno mismo (lo que sesienta bien en el momento)?

Cuando leemos lo que la Biblia dice, y cuando consideramos a Jesús y si merece o no nuestra lealtad, nos damos cuenta de que Dios no ofrece una selección de creencias tipo cafetería. O se hace a su manera o es la manera incorrecta.

Los ciudadanos de Tesalónica del primer siglo reconocían eso. Se daban cuenta de que el visitante apóstol Pablo no les estaba ofreciendo un conjunto de creencias para escoger (Hechos 17:1-9). De hecho, a la mayoría de ellos no les gustaba su mensaje, y por eso lo atacaron. Sin embargo, unos cuantos se volvieron de todo corazón a Jesucristo.

En el análisis final, una cosa es decir que un grupo religioso no debería hablar dogmáticamente sobre asuntos que la Biblia no aborda como blanco o negro. Y otra cosa muy distinta es decir que yo quiero adoptar una postura «gris» sobre algo que la Biblia clara mente aborda. Dios espera que usemos nuestra materia gris para pensar en las cosas, y que luego nos sometamos a su manera de pensar.  —KD