Durante un servicio de adoración un domingo, nuestra congregación hizo esta oración de confesión al unísono: «Dios de gracia, al igual que muchos creyentes que nos precedieron, nos quejamos cuando las cosas no salen como deseamos. Queremos abundancia de todo más allá de lo suficiente para sustentarnos. Preferiríamos estar en otro lugar que donde nos encontramos en este momento. Preferiríamos tener los dones que les das a otros que los que provees para nosotros. Preferiríamos que Tú nos sirvieras en vez de que servirte nosotros. Perdona nuestra falta de gratitud por lo que nos das».
La abundancia no es garantía de agradecimiento ni de acción de gracias. Puede que la prosperidad incluso aleje nuestros corazones del Señor.
Cuando varios exiliados judíos regresaron de Babilonia con Nehemías para reconstruir los muros de Jerusalén, confesaron sus pecados y los de sus padres. Oraron: «Nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no pusieron por obra tu ley […]. Y ellos en su reino y en tu mucho bien que les diste, y en la tierra espaciosa y fértil que entregaste delante de ellos, no te sirvieron, ni se convirtieron de sus malas obras» (Nehemías 9:34-35).
La confesión es un poderoso preludio a la oración de acción de gracias. La obediencia es el Amén.