La pregunta de la adolescente fue legítima, aunque algunos de los adultos que había en el grupo se desconcertaron con su penetrante honestidad.
«Yo simplemente no veo lo que tienen que ver conmigo todas estas reglas —dijo—. O sea, ¿y qué si como sangre? ¿De todas formas, quién hace eso? ¡Qué asco!»
La chica se refería a la lectura de ese día tomada del libro de Levítico para su pequeño grupo de estudio bíblico. Pero, ¿no hace eco de nuestros propios pensamientos? Si la empresa Gallup hiciera una encuesta sobre pasajes bíblicos favoritos, pocos de nosotros votaríamos por este antiguo y polvoriento libro de la ley hebrea. Parte del problema es que a todos nos gusta leer una buena historia. Levítico no es una lectura como las de la serie «Dejados atrás». Entonces, ¿qué puede tener para nosotros? En realidad muchísimo.
Para los israelitas, había verdaderas razones para cada una de las prohibiciones que aparecen en Levítico. Las lecciones todavía se aplican hoy. Levítico nos proporciona una reflexión rigurosa y aguda sobre nuestra propia naturaleza, pues no estamos a la altura de los perfectos requisitos de un Dios santo y de amor.
El pecado requiere expiación, expiación con sangre (Levítico 17:11; Hebreos 9:22). Ese era todo el propósito del cordero de la Pascua la noche en que los israelitas partieron de Egipto (véase Éxodo 12:3-7). La sangre del animal llevaba vida y el valor del sacrificio. Para los hebreos, la sangre no se podía comer nunca, pues el cordero inmolado era una representación íntima del futuro sacrificio único de la muerte de Jesús en la cruz (Hebreos 10:10). La sangre del cordero representaba la sangre misma de Jesús, la cosa más sagrada que uno se pueda imaginar.
Es cierto que para entender el libro de Levítico se necesita un poco de trabajo. Pero el libro nos proporciona una representación panorámica de la santidad de Dios y de su amor por su creación. Mientras más entendamos Levítico, más entenderemos lo que Jesús hizo por nosotros. —TG