Cuando la iglesia se preparaba para celebrar el día de la independencia, había banderas de adorno de colores rojo, blanco y azul que cubrían desde los pasillos hasta el altar, y desde el balcón al baptisterio. El santuario parecía preparado para celebrar una convención política, excepto por una cosa. Colgando en un pequeño espacio no cubierto por los colores de la bandera había un estandarte dorado y blanco que está allí todo el año y que dice: POR ENCIMA DE TODO, CRISTO.

El choque de los símbolos fue asombroso para mí.
Empecé a preguntarme si la iglesia estadounidense está aceptando la teoría de que la libertad religiosa otorgada por la Constitución de los Estados Unidos es la misma libertad espiritual otorgada por Dios. No lo es. La libertad que la iglesia en realidad puede celebrar es una libertad que el gobierno no puede dar ni puede quitar.

La libertad religiosa nos permite escoger a quién, cómo y cuándo adoramos. La libertad espiritual viene cuando Dios, por medio de Cristo, rompe el poder que el mal tiene sobre nosotros y nos da el poder para hacer el bien. Pero antes de que podamos reconocer nuestra necesidad de esa libertad, participamos en una libertad aterradora que Dios tejió en la fibra de la humanidad: la libertad de escoger el mal.

Dios no quiso explicar por qué nos permite escoger el mal. Pero dio una pista importante. Cuando le preguntaron cuál era el mayor de los mandamientos, Jesús contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mateo 22:37). La decisión más importante que podemos tomar es amar.

El amor no puede existir aparte de la libertad, pues el amor requiere decisión. Sin la libertad de escoger o rechazar algo, no podemos decir verdaderamente que lo amamos. O sea que sin la libertad de rechazar a Dios, no tenemos la libertad para escogerlo; y si no podemos escogerlo, no podemos amarlo de verdad.

Dar libertad es la máxima expresión de amor; tener libertad es prueba de que somos amados. Dios demuestra su amor dejándonos optar por rechazarlo. Piensa en eso la próxima vez que celebres la libertad.  —JAL