Andy Warhol, el pintor de arte pop de imágenes norteamericanas tales como la sopa Campbell, dijo una vez, «En el futuro, todos serán famosos por quince minutos». Pero se equivocó. Hay millones de personas que jamás lograrán ser el centro de atención ni por un momento. Algunas de ellas son hombres y mujeres que pasan sus vidas haciendo cosas tales como trabajar duro, criar buenos hijos, orar fielmente por los demás, compartir su fe con aquellos que todavía no conocen a Jesús. Enseñan en la escuela dominical, llevan comida a los enfermos, acompañan a ancianos a sus citas con el doctor y hacen otras incontables bondades.
Puede que a estas personas jamás se las reconozca fuera de su círculo de familiares y amigos. Ciertamente, sus nombres no son famosos. Y, aunque a menudo se entregan a sí mismas de buena gana y con sacrificio, puede que no reciban mucho agradecimiento ni alabanza por su servicio. Pero Dios sabe de su fidelidad y se complace en su obediencia.
Pablo, en 2 Corintios 5:9, nos enseña que «procuramos también […] serle agradables» a Dios. Al Señor le agrada que, por fe, creamos en Él y entreguemos nuestras vidas a Su servicio (Hebreos 11:6). Esa es nuestra recompensa, porque la aprobación de Dios siempre es más dulce que el aplauso de la multitud.