Después de sólo unas pocas lecciones de arte, Joel, de diez años, decidió poner a prueba su habilidad y pintó una flor. Mientras observaba la fotografía de una rosa de Sarón, pudo pintar una bella mezcla de azul, púrpura, rojo, verde y blanco. Esto hizo que la flor, que había sido fotografiada el día en que murió su tía, pareciera cobrar vida. Para la familia, la pintura del niño simbolizaba una mezcla agridulce de sentimientos. Si bien era un recordatorio perdurable de la pérdida que habían sufrido, también conllevaba la celebración del don artístico de Joel, el cual acababa de surgir. La pintura trajo gozo en medio del dolor.
Igualmente, el pueblo de Judá también tuvo una experiencia agridulce al regresar a Jerusalén después del cautiverio en Babilonia. Al comenzar a reconstruir el templo de Salomón, muchos entonaban cánticos de alabanza. Al mismo tiempo, algunos de los ancianos que habían visto la belleza del templo original destruido por la guerra, lloraban a gritos. Se nos dice que «no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro» (Esdras 3:13).
El sufrimiento puede ser así. Aunque haya tristeza al mirar atrás, también encontramos una promesa de gozo al confiar en Dios para el futuro. Incluso en medio de una pérdida devastadora, tenemos esta esperanza: El Señor provee gozo en medio del dolor.