«Lo creo cuando lo vea.» Esa fue la respuesta de una mujer a quien le dijeron que había recibido un premio en efectivo sin que tuviera que hacer nada a cambio. La respuesta de esta mujer demostró claramente que ella no ponía su fe en las vacías promesas de uno que vende por teléfono. Hay muchas cosas en las que no deberíamos poner nuestra fe: promesas de dinero fácil sin esfuerzo, vacaciones tropicales sin pagar inicial y en lugares que no hemos visto, y ardides de mercadeo que te dicen «compre ahora y pague después». Si alguien te hace alguna de esas promesas, ¡sal corriendo!
Sin embargo, existen algunas cosas en la vida con las que sí podemos contar. Por ejemplo, no cuestionamos si el sol va a salir y a ponerse todos los días. Cuando exhalamos, la mayoría de nosotros no se pregunta ansiosamente si habrá suficiente oxígeno para la próxima vez que inhalemos. Hasta podemos confiar en el clima. Bueno, tal vez no cuando se vive en Michigan como vivo yo, adonde podemos esperar que se va a enfriar, luego a hacer mucho, mucho frío, se calienta un poquito en la primavera y luego hace un calor tremendo en el verano. Sabemos que este ciclo se repetirá una y otra vez mientras la Tierra rote.
La vida también cambia constantemente. Pero la oración puede darle estabilidad. La paz interior viene de saber que sea lo que fuere por lo que estemos orando, podemos dejarlo en manos de Dios. Es importante para Él. No se le va a olvidar ni tampoco me va a ignorar. Es una profunda confianza en que Dios cuida de mí y que está obrando para mi bien (Romanos 8:28).
La fe no exige que Dios haga exactamente lo que quiero, ni que lo haga en el tiempo en que yo quiero. La fe no se retuerce las manos de preocupación preguntándose si pasará algo con mi petición.
Es normal dudar de vez en cuando. Pero cuando las olas de la duda amenacen con voltear el barco de la fe, recuerda las palabras de Cristo de que hay que creer y luego recibir. —AS