Después de que su familia partiera porque ya era tarde, Carolina comenzó a pensar que su habitación en el hospital debía ser el lugar más solitario del mundo. La noche había caído, los temores por causa de su enfermedad regresaban y ella sentía una abrumadora desesperación mientras yacía allí, sola.
Cerrando los ojos, comenzó a hablarle a Dios: «Oh Señor, sé que no estoy realmente sola. Estás aquí conmigo. Por favor, dale calma a mi corazón y dame paz. Haz que sienta Tus brazos a mi alrededor, sosteniéndome».
Mientras oraba, Carolina sintió que sus temores comenzaban a amainar. Y, cuando abrió los ojos, miró hacia arriba para encontrarse con los cálidos y chispeantes ojos de su amiga Margarita, que había extendido sus brazos para rodearla con un gran abrazo. Carolina sintió como si Dios mismo estuviese sosteniéndola fuertemente.
A menudo, Dios usa a otros creyentes para mostrarnos Su amor. «Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, […] teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, […] úsese» (Romanos 12:5-6). Servimos a los demás «conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo» (1 Pedro 4:11).
Cuando mostramos amor y compasión de maneras sencillas y prácticas, somos parte del ministerio de Dios a Su pueblo.