Sé misionero todos los días. Dile al mundo que Jesús es el camino. Ya sea en laciudad o el campo, o en una avenida concurrida; en África o Asia, la tareadepende de ti. Así que sé misionero hoy.

Esa es parte de la letra de una canción que yo solía pensar era medio tonta. Supongo que también creía que no era verdad. Quiero decir, los misioneros sólo están en África o Asia. Uno no es misionero en su propio país, o ni siquiera en su propio vecindario, ¿verdad?

El verano pasado tuve la oportunidad de ir a la ciudad de Nueva York a ayudar a una iglesia con su programa de escuela bíblica para las vacaciones. Cuando llegué allí, una de las primeras preguntas que me hizo una niña fue: «¿Cómo puedes ser misionera si eres de Michigan?»

Yo me espanté cuando escuché la palabra «misionera». Yo no era misionera ¡ni mucho menos! Yo estaba allí sólo para ayudar y tal vez aprender algo de la manera en que otras personas trabajan con niños que viven en la ciudad. Pero ¿misionera? ¡Jamás!

Como a los cuatro días de que me llamaran misionera, finalmente lo acepté. Sí, yo era misionera y hasta hacer las tareas insignificantes como pegar los palitos de las paletas de helado y lim piar barbillas pequeñas sucias de chocolate, formaban parte de compartir con los niños de Cristo.

¿Existe alguna tarea más importante o privilegiada a la que Dios nos haya llamado? ¿Quiero mantener secreto el mensaje del regalo de Dios, la salvación por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo? ¡No! Entonces, ¿por qué ese problema con que me llaman misionera?

Recuerda las palabras del apóstol Pablo a Timoteo: «… no te avergüences del testimonio de nuestro Señor … quien nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nues tras obras, sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada…» (2 Timoteo 1:8-9).
¿Misionera yo? ¿En Grand Rapids, Michigan? ¡Ya lo creo que sí!  —PW