Un crítico lo llamó programa de talentos sin talento. Pero millones y millones de televidentes sintonizaron el programa American Idol[Ídolo americano]. Fue el éxito sorpresa de la temporada de verano. Admito que lo vi sólo una vez. La combinación de votaciones y decisiones de los jueces me conundió, y mi orgullo no me permite ver un programa que no entiendo.
El concepto era que un grupo de participantes actuaba o cantaba, y entre los jueces y el auditorio, el grupo se reducía hasta que un participante era considerado el próximo «Ídolo americano».
El premio para Kelly Clarkson, la ganadora: ¿20 minutos de fama en vez de los 15 minutos dados a los otros participantes? En realidad, Kelly obtuvo un contrato para grabar, y su primera canción, «Un momento así», se tocó en la radio.
Un «bono» adicional para el programa (si quieres llamarlo así) era el equipo de los jueces. Un juez en particular, Simon Cowell, hizo comentarios crueles (algunos podrían decir «precisos») hacia los participantes que causó tensión entre los otros jueces. Los participantes mostraron varios niveles de talento y serenidad. Era doloroso mirar a aquellos que tenían poco de las dos cosas. Pero todos mostraron un valor que pocos comparten.
La vida cristiana no es una competencia de ídolo americano. Pero se espera que cada uno de nosotros «actúe», que use los dones espirituales que Dios nos ha dado para glorificarlo y edificar a otros (1 Corintios 12:18). Si hay que hacer juicio, el propósito no es humillar ni eliminar a nadie, sino alentar para que el ministe rio sea más eficaz la próxima vez. La idea no es comparar nuestros dones, decidir quién es mejor. Más bien reconocemos que el papel de cada persona es vital en el cuerpo de Cristo.
Sin duda el programa «Ídolo americano» volverá otra temporada; (los altos ratingsdictan eso). Sin embargo, imagínate qué sucedería si nos rehusáramos a estar ociosos y usáramos activamente nuestros dones para la gloria de Dios. —JC