Fue un error inocente. O tal vez simple estupidez. No me dí cuenta del problema en que me había metido hasta un par de días después.
Zumaque venenoso. No se necesita mucho para causar graves problemas. Aun mientras escribo este artículo, todavía me pican los brazos, están rojos, ampollados e hinchados. Esto es algo por lo que no quiero pasar de nuevo.

¿Por qué me tomó desprevenido? Después de todo, yo había oído decir que no tocara las hojas de esos árboles. Sin embargo, por alguna razón, no tuve cautela cuando estaba quitando la maleza alrededor de dos grandes pinos que habían cortado en las esquinas de mi patio.

Si reflexiono en lo que ha sido mi vida, me parece que muchas veces, algún peligro que es mucho peor de lo que pensaba me ha tomado desprevenido. Sin duda te ha sucedido a ti también. Si miramos atrás tenemos que admitir que debimos haberlo sabido. Después de todo, hemos escuchado las advertencias sobre el peligro que implica hasta un pecado pequeño. La Biblia nos dice que estamos en una batalla espiritual por nuestras vidas y las vidas de aquellos que nos rodean. Satanás ruge a nuestro alrededor buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8).

Pero no siempre nos parece que estamos en una batalla, al menos, no una batalla espiritual. Los horarios, las personas irritantes, el tráfico, las multitudes en los centros comerciales, todo eso nos puede hacer actuar desenfrenadamente. Sin embargo, tendemos a pasar por alto los enemigos invisibles: la carnada del mundo, nuestros propios deseos mal guiados y Satanás. Sin darnos cuenta, nos complacemos en un poquito de envidia, lujuria, amargura, resentimiento, impaciencia, y desatamos precipitadamente pensamientos y acciones pecaminosos. Y no es nada agradable, sino muy doloroso.

Podemos alegrarnos de que el Señor es paciente y nos perdona cuando acudimos a Él para que nos ayude (1 Juan 1:9). Pero estaríamos mucho mejor si evitáramos el dolor del pecado.
El pecado y el zumaque venenoso son dos cosas que hay que evitar.  —KD