En la película Mi Gran Boda Griega(My Big Fat Greek Wedding), una chica adolescente se lamenta de la decisión de su padre de traer a su «loca madre» a vivir con ellos. Como lo expresa la joven: «¿Acaso no era nuestra familia ya lo suficientemente rara?» La anciana abuela, que solamente habla griego, sale constantemente de la casa y se pasea por los jardines cercanos para consternación de todos los vecinos. Para el padre de la chica, abrir su casa a su madre es un acto de amabilidad. Para la hija, es otra calamidad en una vida que ya es desastrosa.
¿Cómo te sentirías si uno de tus abuelos fuera a vivir a tu casa? ¿Y si eso significa renunciar a tu cuarto o cambiar tu horario? ¿Y si el anciano no se acuerda de su nombre y te pregunta una y otra vez las mismas cosas? ¿Y si coloca a tus padres bajo más presión de la que crees que ellos pueden soportar?
Cuidar a una persona mayor que tiene necesidades no es fácil. Pero es claramente un mandato de Dios. «Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios» (1 Timoteo 5:4).
Santiago se hizo eco del llamamiento al servicio sacrificatorio cuando escribió: «La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo» (Santiago 1:27).
Cuando surge la necesidad de cuidar a un abuelo o abuela, se necesita toda la familia para que se pueda hacer. Incluso durante los tiempos más difíciles, puedes estar seguro de varias cosas: Dios te ha llamado a hacerlo. Es una manera tangible de poner tu fe en práctica. Vas a agradar al Señor al obedecer su Palabra. Él te dará las fuerzas que necesitas.
El que abuelo o abuela vengan a vivir contigo a tu casa puede ser una de las mejores cosas que te haya sucedido jamás. Ámalos con el amor de Dios. Aprende lo que Dios quiere que sepas. —DCM