Un hombre muy, pero muy rico se acercó al líder religioso y le preguntó: «Señor, ¿qué más tengo que hacer? Ya soy un buen hombre, pero quiero la vida eterna. Puedo hacer lo que sea. ¿Te dije que siempre he llevado una buena vida? De hecho, nunca he quebrantado ninguno de los mandamientos. Entonces, ¿qué debo hacer? Y el líder contestó: Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y sígueme.»
«¿Todo?» «Sí, todo.»
«¿Mi rancho de Montana, la casa en Italia, mi casa de playaen California, el apartamento en Cancún?» «¡Tíralos!»
«De acuerdo, pero yo pensaba hacer algunos viajes este año: el crucero por las islas griegas, el safari en África y el viaje a Bora Bora.» «¡Olvídalos!»
«Está bien, pero ¿puedo quedarme con el Mercedes y el Hummer y el Porsche y el BMW?» «¡Véndelos! Toma todo el dinero y dáselo a los pobres.»
Y el hombre se puso muy triste. Era muy, muy rico. Mientras se alejaba se dijo a sí mismo: «No puedo dar todo lo que tengo. ¡Es imposible!»
¿Exige Dios que renunciemos a todo nuestro dinero y posesiones cuando aceptamos su regalo de salvación? Por supuesto que no. Pero en el caso de este joven rico, Jesús sabía que su dinero iba a ser un gran problema. Iba a serle muy difícil poner su confianza en Dios solamente porque siempre había dependido de su cuenta bancaria. Jesús usó deliberadamente la hipér bole para describir la lucha interna del hombre cuando dijo: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios» (Mateo 19:24).
El dinero y las posesiones pueden ser un obstáculo para que nos rindamos a Jesús por fe. También lo puede ser la seguridad de una beca completa o de un buen empleo. Pero Dios ofrece un camino al verdadero éxito. Nuestros intentos de entrar en el cielo por nuestros propios méritos son imposibles. Aparte de la gracia de Dios, ninguno de nosotros puede ser salvo jamás, pero «para Dios todo es posible». —CK