Una de las cosas importantes que aprendí en los campamentos cristianos cuando era niño fue la disciplina de estar a solas, sobre todo en medio de la gran creación de Dios lejos de todas las distracciones hechas por el hombre. Ahora muchos años después, todavía recuerdo mi lugar de tranquilidad: un montículo musgoso debajo de un pino en la costa de un lago. Hasta recuerdo el olor a tierra natural de aquel lugar privado. En aquel momento no me daba cuenta, pero el consejero del campamento, quien exigía que sus muchachos pasaran media hora al día a solas, al aire libre, me estaba haciendo un gran regalo. Me ayudó a entender el valor de estar a solas.
Con el paso de los años he descubierto que el valor de estar a solas en «la selva» no estriba tanto en lo que hay allí, sino en lo que no hay, como por ejemplo:
… tentaciones externas
… valores falsos
… demasiadas voces a las cuales prestar atención
… demasiadas personas con quienes relacionarse
… tensiones raciales, étnicas y entre los sexos
… engaño personal y fingimiento (máscaras)
… entretenimiento sin significado
… una sobrecarga de noticias (información)
… una sobrecarga de tecnología
… excesiva presión del tiempo
… la sensación de que tengo el control
Considero que es importante para mi vida espiritual alejarme de todo… por el bien de mi alma. Estoy relativamente seguro de que Jesús pensaba que las muchas veces que pasaba a solas en el desierto o en una montaña eran los mejores momentos para meditar y reflexionar.
Hoy, toma media hora y busca un lugar donde puedas estar a solas, y en silencio estudia el Salmo 145. Lee todo lo que dijo David el salmista acerca del Señor, y luego considera en silencio lo que esas verdades significan para ti. –DO