Si uno lee el libro del Génesis encuentra gente que se muda mucho de sitio. Dios parecía estar siempre diciéndole a alguien que empacara y se mudara.
Para Abram hubiera sido mucho más fácil quedarse en un sitio. Él se crió en Ur, una ciudad rica en cultura y comercio, (como la Manhattan de Nueva York).
Hay un relato de reubicación que siempre me llama la atención. Es una historia de amor: la reunión de Isaac y Rebeca (Génesis 24).
En aquel entonces, los noviazgos eran muy distintos de lo que estamos acostumbrados en los años 2000. El papá de Isaac envió a un siervo a su tierra natal a buscar esposa para Isaac. Él quería que su hijo se casara con alguien que adorara al único Dios verdadero. Por medio de una serie de acontecimientos que se podrían considerar coincidencias (si no supiéramos que Dios tenía el control), el siervo encontró a Rebeca (vv.12-26).
La decisión era suya: quedarse cómoda en su casa con una familia que la amaba, o irse a casar con un hombre que nunca había visto. ¿Su respuesta? «Me iré» (v.58).
Para Isaac fue amor a primera vista. Él se encontraba solo en un campo una noche, tal vez pensando en su madre, la cual había muerto hacía poco, cuando vio a Rebeca que se acercaba. Salió a encontrarla y el resto es historia.
¿Qué podemos aprender de este relato de amor?
Isaac no estaba buscando frenéticamente una esposa. No le importaba pasar tiempo a solas (24:63).
Rebeca no trató de conquistar a Isaac enseñando mucho, sino que se cubrió con modestia (v.65).
No te conformes con cualquiera que te quede cerca y que muestre interés en ti (24:3-4). Asegúrate de que la persona sea un creyente en Jesús que está creciendo, y de que tú lo seas también.
La Biblia está llena de gente y acontecimientos que se pueden leer como historias solamente. O podemos leerlas como Dios quiso que lo hiciéramos: como ejemplos, tanto buenos como malos, de lo que sucede cuando la gente de la vida real tiene que tomar decisiones. Sus historias podrían parecerse a la tuya más de lo que te imaginas. —TC