«Hola papá. Habla Julie. Tengo buenas noticias» —anunció mi hija un día como una semana después de empezar su carrera de maestra. Las buenas noticias habían estado escasas en nuestra familia, por lo que fue bueno escuchar la promesa de algo positivo. El 6 de junio de 2002, nuestra familia cayó en un mundo oscuro y desconocido de tristeza y dolor cuando nuestra hija Melissa, de 17 años de edad, murió en un accidente de auto.

Era el último día de clases, y como habían terminado los exámenes, Melissa y sus amigos fueron al lago Michigan a celebrar el final de su penúltimo año de secundaria. Era un grupo de jóvenes cristianos que se estaban divirtiendo sanamente y disfrutando de la compañía mutua. Esa noche, cuando Melissa regresaba a casa, el auto en el que viajaba fue chocado por uno de los lados y ella murió instantáneamente.

Desde aquel día había sido difícil encontrar buenas noticias. A pesar de nuestra profunda fe, era casi imposible hallar esperanza y propósito. Devastados por perder a nuestra querida Melissa, nuesra familia andaba cada día con una gran pesadez por el insoportable dolor que había en nuestros corazones.

Así que fue bueno escuchar la alegre voz de Julie en el teléfono. Y fue fantástico escuchar su historia. Emocionadamente medijo que había compartido con sus estudiantes la vida de fe y piedad de Melissa, y les dijo que tenían que asegurarse de conocer a Jesús como lo conocía Melissa. Posteriormente, una estudiante habló con Julie.

«Señorita Branon —le dijo—. Desde que usted nos habló de Melissa he tenido un poco de miedo. Yo no soy cristiana, pero uiero serlo.» Julie la guió a poner su fe en Jesucristo. Hasta donde sabemos, la fe de esa chica representa los primeros frutos del accidente de Melissa, y nos dio la seguridad de que a través de su muerte, Dios haría el milagro de la redención.

Ante nuestra abrumadora tragedia, esto llegó como un rayo de luz, un poquito de buenas nuevas. Al fin había algo de gozo, alguna esperanza. Y llegó porque Melissa había confiado en Jesús y había vivido como Él quería que ella viviera.
En la vida o en al muerte, ¡qué asombroso es que nuestras vidas puedan dar fruto!  —JDB