Alguien me contó lo que observó sobre sus dos jefes. A uno de ellos, sus subordinados lo aman, pero no le temen. Como aman a su jefe, pero no respetan su autoridad, no siguen sus instrucciones. Al otro jefe, los que trabajan bajo sus órdenes lo aman y le temen, y esto se demuestra en el comportamiento de ellos.
El Señor desea que Su pueblo le tema y que también lo ame. El pasaje bíblico de hoy, Deuteronomio 10, dice que el obedecer Sus instrucciones implica ambas cosas. En el v. 12, se nos indica que debemos temer al Señor nuestro Dios y amarlo.
Temer a Dios el Señor es respetarlo al máximo. Para el creyente, no es una cuestión de sentirse intimidado por Él o por Su carácter, sino de andar en todos Sus caminos y de cumplir Sus mandamientos, porque respeta Su persona y Su autoridad. Por amor, lo servimos de todo corazón y con toda nuestra alma; no por simple obligación (v. 12).
El amor brota de una profunda gratitud por Su amor hacia nosotros; no porque nos guste o nos disguste. «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19). Nuestro temor y amor a Dios nos capacita para andar voluntariamente en obediencia a Su ley.