Oír sobre la mala conducta de una figura pública respetable se ha convertido en algo tan usual que, aunque tal vez nos decepcionemos profundamente, casi no nos sorprende. Pero ¿cómo deberíamos reaccionar ante la noticia de un fracaso moral de una persona destacada o de un amigo? Podríamos empezar mirándonos a nosotros mismos. Hace un siglo, Oswald Chambers les dijo a sus alumnos del instituto bíblico Bible Training College, en Londres: «Manténganse siempre alertas ante la realidad de que allí donde un hombre ha vuelto atrás es exactamente donde cualquiera puede hacerlo […]. La fortaleza desprotegida es doble debilidad».
Las palabras de Chambers hacen eco de la advertencia de Pablo a ser conscientes de nuestra propia vulnerabilidad cuando vemos los pecados de otros. Después de hacer un repaso de la desobediencia de los israelitas en el desierto (1 Corintios 10:1-5), el apóstol instó a sus lectores a aprender de esos pecados para que no los repitieran (vv. 6-11). No se centró en los pecados pasados, sino en el orgullo presente, cuando escribió: «… el que piensa estar firme, mire que no caiga» (v. 12).
Sacudir la cabeza a manera de reproche es una reacción común ante el pecado manifiesto. Sin embargo, es más útil la cabeza que asiente, diciendo: «Sí, yo también soy capaz de hacer eso», y que después se inclina para orar por aquel que ha caído y por el que piensa que está firme.