Visitar la cárcel federal en la isla Alcatraz, en la bahía de San Francisco, me dejó imágenes imborrables. Mientras el barco atracaba en el muelle, pude ver por qué a esta prisión de máxima seguridad, actualmente cerrada, en una época se la conoció como «La roca».
Más tarde, ya dentro de la legendaria Casa Grande, observé los rayos de luz que entraban por las ventanas fuertemente enrejadas. Después recorrí una serie de celdas con forma de jaula que albergaron a prisioneros famosos como Al Capone y Robert Stroud, «el pajarero de Alcatraz».
Pero hubo otra imagen que me impresionó mucho más. Al entrar en una celda vacía, vi tallado en la pared el nombre «Jesús». En otro calabozo, había una Biblia en un estante. Estas dos cosas hablaban silenciosamente de la mayor de todas las libertades.
Pablo experimentó esa libertad mientras esperaba ser ejecutado. Al considerarse «prisionero de Cristo», usó ese encarcelamiento para ayudar a otros presos a descubrir qué significa ser miembro de la familia de Dios, perdonado para la eternidad y profundamente amado (Filemón 1:10).
Las puertas y ventanas enrejadas representan un tipo de confinamiento. La parálisis física, la pobreza ineludible y el desempleo prolongado son otros. Quizá estés atravesando algo similar. Nadie desea estas cosas; sin embargo, ¿quién se atrevería a cambiar el «encarcelamiento» con Cristo por una vida «afuera» sin Él?