Una de las personas más inteligentes que conozco es un amigo de la escuela que aceptó a Cristo como Salvador mientras estudiaba en una universidad estatal. Se graduó con honores y fue a estudiar a un famoso seminario. Trabajó como pastor en una pequeña iglesia durante varios años y después respondió al llamado de servir en otra iglesia, lejos de la familia y los amigos. Después de doce años en ese lugar, sintió que la congregación necesitaba renovar el liderazgo y, entonces, se fue. No le habían ofrecido trabajo en otra iglesia más grande ni un cargo para enseñar en ninguna escuela ni seminario. En realidad, ni siquiera tenía otro trabajo. Simplemente, sabía que Dios lo estaba guiando en otra dirección, así que, obedeció.
Cuando charlamos sobre el tema, mi amigo me dijo: «Muchas personas hablan de ser llamado para ir a alguna cosa, pero no oigo mucho sobre ser llamado para salir de algo».
En muchos aspectos, su obediencia se parecía a la de Abraham, el patriarca israelita, el cual salió sin saber adónde lo guiaba Dios (Hebreos 11:8-10). Problemas tales como el hambre (Génesis 12:10), el miedo (vv. 11-20) y los conflictos familiares (13:8) daban razones para dudar, pero Abraham perseveró y, a causa de su fe, Dios lo consideró justo (Gálatas 3:6).
Quizá no sea fácil llevar una vida de obediencia, pero sí será bendecida (Lucas 11:28).