Poco después de casarnos, yo pensé que conocía el atajo exacto para llegar al corazón de mi esposa. Una noche, llegué a casa con un ramo de una docena de rosas escondido tras mis espaldas. Cuando le di las flores a Martie, ella me agradeció gentilmente, olió el perfume y las llevó a la cocina. Lejos estaba de la reacción que yo había esperado.
Esta fue una lección introductoria sobre la realidad de que las flores no son el lenguaje fundamental del amor para ella. Si bien valoraba el gesto, mentalmente había calculado el costo de un costoso ramo de flores… ¡no apto para el presupuesto de una joven pareja que estudiaba en un seminario! Luego, con el paso de los años, descubrí que a ella le interesa que yo pase más tiempo con ella y que la atienda. Cuando me dedico a ella de manera ininterrumpida y atenta, entonces se siente realmente amada.
¿Alguna vez te preguntaste cómo quiere Dios que le demostremos nuestro amor? Obtenemos una pista al leer: «El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4:21). Es así de simple. Una de las formas principales de demostrar nuestro amor a Dios es amando a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. El amarnos auténticamente unos a otros complace a nuestro Padre celestial.
Por eso, busquemos oportunidades de decirle a Jesús que lo amamos. Vale infinitamente la pena, no importa cuánto cueste.