Después de sufrir tremendamente, primero de cáncer y luego del extenuante régimen médico, el pastor Dan Cummings estaba cansado. Tras dos semanas de tratamiento en Texas, ansiaba regresar a su casa en Michigan. En una nota en su blog, escribió: «Hoy estoy mucho mejor […]. Es asombroso lo que hace un poco de hidratación. […] Este fin de semana, tomaré un vuelo de regreso a casa para seguir allí con el tratamiento».
Dan volvió a Michigan, pero, después de varios días, su viaje en esta tierra terminó. Fue al cielo para estar con Dios, a quien amaba con cada milímetro de su cuerpo debilitado, pero con un espíritu vigoroso.
Pocos días después, cuando miré en su blog, las palabras «hoy estoy mucho mejor» me sacudieron. Entre lágrimas, sonreí al saber que Dan ahora experimentaba una vida que era realmente «mucho mejor» (Filipenses 1:23).
Algún día, los que confesamos el nombre de Jesús también iremos a ese lugar donde no hay «muerte, ni […] llanto, ni clamor». Es un sitio donde no hay más dolor y en el que un Padre amoroso promete enjugar «toda lágrima de [nuestros] ojos» (Apocalipsis 21:4).
La vida que tenemos aquí no es lo único que existe. Hay un lugar muchísimo mejor, que Jesús está preparando para los que le aman (Juan 14:2-3).