Tendemos a dividir la vida en categorías: llenamos nuestros días de ocupaciones tales como el trabajo, los recados, las tareas del hogar, el cuidado de los niños; y después, tratamos de forjarnos tiempo para actividades «espirituales» como la iglesia, los grupos pequeños, las devociones personales.
No veo esta división en los salmos. De alguna manera, David y los demás poetas se las arreglaban para hacer que Dios fuera el eje gravitacional de sus vidas, de modo que todo se relacionara con Él. Para ellos, la adoración era una actividad esencial en la vida; no algo que cumplir al pasar, a fin de poder reasumir las otras actividades. Todos nosotros necesitamos experimentar el proceso de permitir que el Señor esté en cada detalle de nuestra vida.
Para mí, los salmos se han convertido en un paso en dicho proceso de reconocer el lugar central que le corresponde al Dios verdadero. Los salmistas tienen un ansia, un deseo y un hambre del Señor que, en comparación, los míos parecen anémicos. Jadeaban con la lengua afuera anhelando a Dios, como lo hace un ciervo exhausto y sediento de agua (42:1-2). Yacían despiertos durante la noche soñando con «la hermosura de Jehová» (27:4). Preferían pasar un día en la presencia del Señor que mil años en otra parte (84:10).
Estos poetas estaban inscritos en «la escuela de avanzada de la fe». Quizá al leer los salmos se nos pegue un poco de esto.