Después que un niño de cuatro años se metió en problemas en el jardín de infantes, la mamá le preguntó qué había hecho. Él lo explicó así: «Me enojé con un compañero mientras jugábamos, pero como tú me dijiste que no debía pegarle a nadie, ¡le pedí a un amigo que lo hiciera por mí!».

¿Dónde aprende esto un ser tan pequeño? La Biblia nos dice que no tienen que enseñárselo: ¡nació con eso incorporado! Es parte de la naturaleza pecaminosa que todos tenemos al nacer.

No obstante, los creyentes no tienen que reaccionar según su naturaleza caída. Pablo nos recuerda que «nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con [Cristo], […] a fin de que no sirvamos más al pecado» (Romanos 6:6). Somos una «nueva criatura» (2 Corintios 5:17), hemos sido liberados y hechos «siervos de Dios» (Romanos 6:22).

Aún así, todavía seguimos luchando contra nuestra carne y contra sus deseos pecaminosos (Romanos 7:18-19). Pero ahora que estamos «vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro», podemos reaccionar de una manera que honre al Señor (Romanos 6:11).

En vez de ser como el niño que trató de vengarse, podemos obedecer las instrucciones de Romanos 6:13: «Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios […] como instrumentos de justicia».