A mi esposa Martie y a mí nos encanta Inglaterra: su historia, su cultura y su gente. Cuando visitamos ese país, una de nuestras actividades favoritas es ir a conciertos al aire libre sobre las verdes laderas de antiguas propiedades. La última noche de conciertos es la mejor, con fuegos artificiales y cientos de ciudadanos que agitan pequeñas banderas británicas mientras cantan himnos patrios.
Nos encantaba unirnos a esa celebración… hasta el verano en que nuestros hijos nos acompañaron. Cuando comenzamos a blandir nuestras banderas junto con los entusiastas británicos, ellos nos miraron horrorizados. Todavía puedo escucharlos gritar más fuerte que la música: «¿Qué están haciendo? ¡Ustedes son norteamericanos!».
A menudo, Dios debe sentirse así cuando nos mezclamos y vivimos como los «locales» que nos rodean. Casi puedo oírlo decir: «¿Qué haces viviendo de ese modo? ¡Tú perteneces a mi nación!».
Pedro nos recuerda que somos distintos: una «nación santa» (1 Pedro 2:9). Ser santo significa que somos únicos, apartados para Dios; que estamos asemejándonos a Él y reflejando Su forma de vida caracterizada por una cultura diferente. Significa que perdonamos las crueles ofensas, que somos misericordiosos, bondadosos, veraces y leales a nuestras promesas. Simplemente, es ser como Él.
Así que, ¡comencemos a agitar la bandera de la santidad como miembros de la «nación de Jesús»!