Cuando nos lavamos las manos para quitar la suciedad y los gérmenes, ¿somos nosotros los que realmente las limpiamos? Sí y no. Para ser preciso, el jabón y el agua hacen la tarea, no nosotros. Sin embargo, somos nosotros los que decidimos usar estos elementos para lavarnos.
En 2 Timoteo 2, el apóstol Pablo nos dice: «Así que, si alguno se limpia […], será instrumento para honra» (v. 21). Esto no significa que nosotros mismos tengamos el poder para limpiarnos del pecado, sino que utilizamos la limpieza provista por Jesucristo, quien murió por nosotros en la cruz.
Filipenses 3:9 dice que «[somos hallados] en él, no teniendo [nuestra] propia justicia, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe».
Cuando recibimos a Cristo como Salvador, Su muerte y Su resurrección nos liberan de la culpa y del poder del pecado; y esto nos capacita para decir que sí y que no en la vida cotidiana. Podemos decir que no a los deseos de la carne o a las «pasiones juveniles», que mencionó Pablo (2 Timoteo 2:22); y decir que sí a la «justicia» (comportamiento correcto), a la «fe» (la creencia correcta), al «amor» (la reacción correcta) y a la «paz» (el objetivo correcto).
A medida que nos limpiemos diariamente, seremos un instrumento «útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra» (v. 21).