Todavía recuerdo lo que fue llevar de vacaciones a nuestra familia y sentir que toda la alegría del viaje se arruinaba con las peleas y las quejas de los niños en el asiento trasero del auto. Quién puede olvidarse de los efectos perjudiciales de «¡Papá, ella me tocó!» o «¡Mamá, él no me deja jugar!».
Si has experimentado algo similar, puedes imaginarte cómo se siente Dios cuando Sus hijos se quejan y pelean. Para el Señor, es importante llevarse bien. Refiriéndose a nosotros, Jesús oró que «todos sean uno», para que el mundo crea que Él vino del Padre (Juan 17:20-21). Y a los discípulos que tenían tendencia a pelearse, les mandó que se amaran y se sirvieran unos a otros (13:34-35; Mateo 20:20-28). También debe señalarse que entre las siete cosas que Dios aborrece, se incluye a aquel «que siembra discordia entre hermanos» (Proverbios 6:19).
Por eso, no sorprende que el salmista diga que, cuando los hermanos habitan en armonía, es como «el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba […] de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras» (Salmo 133:1-2). En la antigüedad, el aceite de la unción estaba lleno de especias aromáticas que perfumaban todos los ambientes donde iba el ungido. ¡Que la unidad que surge de nuestro amor y servicio mutuos bendiga con su fragancia nuestra familia, iglesia y amistades!