Al haber crecido entre los bosques y las aguas de la región central y norte de los Estados Unidos, me fascinan la fauna y la flora nativas de esta región. No obstante, en un reciente viaje a la costa californiana, quedé sin aliento al observar maravillado los elefantes marinos que resoplaban y los leones marinos que bramaban, y también un bosque de tranquilas secuoyas. Vi a lo lejos pelícanos volando en formaciones y ballenas migratorias que lanzaban chorros de agua. Todo es una muestra de las millones de especies que conforman el intrincado y preciso equilibrio de la naturaleza.
Según la Biblia, el propósito de la variedad natural va más allá de generar un infantil asombro. Los misterios de la naturaleza pueden ayudarnos a hacer las paces con un Dios que permite angustias y sufrimientos inexpresables e inexplicables.
Esto lo vemos en la épica historia de Job. Mientras sufría, Job no sabía que Dios lo tenía en tan alta estima que había permitido que Satanás probara su fe mediante una serie de pérdidas.
De ello surge esta consiguiente e inevitable conclusión: Un Creador que tiene la sabiduría y el poder para diseñar las maravillas de la naturaleza es lo suficientemente grandioso para confiarle la angustia y el sufrimiento que superan nuestra capacidad de comprensión. Lleno de asombro, Job proclamó: «Yo conozco que todo lo puedes» (42:2). Podemos confiar en esta clase de Dios… pase lo que pase.