Una noche, después de la cena, un pajarito marrón entró volando a nuestra casa por la puerta delantera. Entonces, comenzó la persecución. Cada vez que mi esposo se le acercaba, el pequeño intruso revoloteaba desesperado buscando una salida. Antes que pudiéramos escoltarlo a salvo hacia fuera, la avecilla recorrió la casa tan frenéticamente que podíamos ver que el pecho le vibraba por los rápidos latidos del corazón.
A veces, nosotros estamos como esa pequeña ave: ansiosos, agotados y atemorizados por lo que podría suceder después. Me consuela pensar que «ni uno de [los pajarillos] caerá a tierra» sin que Dios lo sepa (Mateo 10:29). Él ve y sabe todo lo que sucede en nuestro mundo.
«Los ojos de Jehová están en todo lugar» (Proverbios 15:3), y nada escapa a Su atención, ni siquiera tú ni yo. Dios comprende y valora los asuntos más delicados de nuestro ser. Jesús dijo: «Pues aun vuestros cabellos están todos contados» (Mateo 10:30).
Es asombroso que Dios lleve la cuenta de nuestras nimiedades personales y que incluso sea consciente de la desgracia de un ave. Como Él está al tanto de estos pequeños detalles, podemos confiar en que ve los grandes problemas que erizan nuestras plumas, y que se ocupa de ellos. Cuando le pedimos auxilio, Su ayuda siempre se basa en el conocimiento perfecto que tiene de nosotros y de nuestras circunstancias. Confiémosle nuestras angustiosas preocupaciones.