Echa un vistazo a cualquier periódico y los títulos te dirán qué está pasando en el mundo. Mira televisión, escucha la radio, habla con amigos, y te sobrarán opiniones en cuanto qué anda mal en el planeta Tierra. Esto se debe a que es fácil señalar lo malo.
Cuando los terroristas secuestraron los aviones de pasajeros y los estrellaron contra el Pentágono, los rascacielos en Nueva York y un campo en Pennsylvania, el mundo de inmediato lo catalogó como algo malo. El poder destructivo de este épico evento malvado hizo que la gente se sintiera paralizada e indefensa. Y esto es lo que mejor hace el mal: que nos sintamos impotentes.
Pero este sentir no tiene fundamento. La mayoría de nosotros experimenta el mal en una escala más pequeña y más personal. Por eso, el apóstol nos bosqueja la respuesta apropiada al indicar que debemos aborrecer lo malo (Romanos 12:9), no pagar a nadie mal por mal (v. 17) y no ser vencidos por lo malo (v. 21).
La verdadera víctima del mal es la bondad, todo lo bueno que Dios diseñó como parte de la creación para que todos disfrutáramos (Génesis 1:4-31). Por esta razón, es sorprendente que Pablo concluya diciendo que la propia víctima del mal es también lo que lo vence (Romanos 12:21).
El mal capta todos los titulares, pero la bondad de Dios es más poderosa, y Él desea que nosotros la utilicemos en Su nombre para vencer a Su enemigo.