Durante mis años de estudios terciarios, trabajaba como guía, llevando muchachos a escalar en el Parque Nacional Rocky Mountain, en Colorado. Una vez, uno de ellos (un tipo pequeño y lento) se retrasó y, en una división del sendero, tomó el camino equivocado. Cuando llegamos al lugar para acampar, no podíamos encontrarlo por ninguna parte. Desesperado, salí a buscarlo.
Justo antes de que oscureciera, lo encontré sentado junto a un pequeño lago, completamente perdido y solo. Con toda alegría, le di un gran abrazo, lo cargué sobre mis hombros y lo llevé por el sendero para que se reuniera con sus compañeros.
En una de sus historias, el escritor escocés George MacDonald describe a una joven que encuentra a un niño que está solo y perdido en el bosque. Ella lo toma en sus brazos y lo lleva a la casa para que se reúna con su padre. En ese momento, comprendió algo que siempre quedaría en su mente: «Entonces entendió el corazón del Hijo del Hombre, [quien vino] para buscar y llevar de regreso a los hijos descarriados ante Su Padre y el de ellos».
Yo también deseo que conozcas el corazón de Jesús, el Hijo del Hombre, que vino a buscar y a llevar de vuelta al Padre a Sus hijos descarriados, «porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). No importa cuánto te hayas descarriado ni cuán perdido estés, Él vino a buscarte y a salvarte.