El verano es mi estación favorita. Me encantan los días tranquilos cuando puedo dejar de lado algunas de mis rutinas sin sentirme culpable. Hacer cosas nuevas, visitar lugares desconocidos y darme tiempo para recorrer «circuitos turísticos» me renuevan el espíritu y me dan más entusiasmo para vivir y para trabajar.
Sin embargo, el verano también puede ser una época peligrosa porque da lugar a abandonar buenos hábitos. Ciertas rutinas son buenas, ya que aumentan nuestra eficacia y aseguran que las cosas importantes se concreten. Después de todo, debemos tener horarios y lugares determinados para ciertas actividades; de lo contrario, el mundo sería un caos. La creación está diseñada para funcionar en forma ordenada y, como parte de ella, nosotros también. Necesitamos comer y dormir a intervalos sistemáticos.
A veces, oímos advertencias legítimas en contra de permitir que una rutina se convierta en algo rutinario. No obstante, la Biblia indica que es bueno establecer horarios para ciertas cosas. David señaló que, para él, la mañana era el momento propicio para alabar a Dios y pedirle Su dirección (Salmos 5:3; 143:8). Daniel oraba tres veces por día y ni siquiera la amenaza de muerte le hizo cambiar su rutina.
Mientras disfrutamos días de esparcimiento, no debemos descuidar el pasar tiempo con Dios. Saborear el alimento espiritual es una rutina para todas las estaciones.