Mi esposa y yo no siempre nos entendemos. Por ejemplo, a ella le resulta un tremendo misterio que yo mire un juego completo de béisbol entre dos equipos que no tienen ninguna chance de llegar a la final. Y en mi caso, es indudable que no comprendo por qué le encanta salir de compras.
Amar profundamente a alguien no significa que debas entender a esa persona por completo. Esta es una buena noticia, porque no hay manera de que lleguemos a captar los profundos misterios del Dios a quien amamos.
Con nuestra mente finita y nuestras perspectivas egocéntricas, no podemos deducir por qué Dios hace lo que hace. Sin embargo, hay algunas personas que, por ejemplo, enfrentan tragedias y le dan las espaldas a Dios, ya que suponen que su conocimiento limitado de la situación es mejor que la sabiduría infinita del Señor.
En realidad, si pudiéramos comprender a Dios, si Él sólo fuera un ser humano glorificado cuyo conocimiento no superara al de la persona más inteligente del mundo, ¿dónde estaría la grandeza y la majestad del Todopoderoso? Una razón por la cual sabemos que Dios es tan grandioso es que no podemos reducir Su forma de pensar a la nuestra.
El apóstol Pablo preguntó: «¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?» (1 Corintios 2:16). Sin duda, la respuesta es: nadie. Alabado sea Dios que, aunque no lo entendamos, sabemos que podemos confiar en Él.