Un día, al sentarnos a la mesa, mi hijo mayor comenzó a protestar diciendo que su hermanita «siempre» copiaba lo que él hacía. Cuando ella lo imita al reírse o al comer las papas fritas antes que la hamburguesa, él se enoja. Mi esposa y yo tratamos de hacerle entender que esa era su oportunidad de influir en ella al ser un buen ejemplo.
A diferencia de mi hijo, Pablo invitaba a los demás a copiar su ejemplo (1 Corintios 11:1). En este versículo, concluyó el tema del capítulo 10 donde afirmaba que los corintios amaban lo suficiente a los demás como para limitar sus propias libertades. Decía que, cuando un incrédulo los invitaba a su casa para compartir los alimentos, tenían libertad de comer lo que les ofrecieran (v. 27). No obstante, si comer carne ofrecida a los ídolos hacía que otro creyente se cuestionara si lo que estaba haciendo era correcto, debían restringir su libertad para bien del creyente «más débil» (v. 28).
Pablo instó a la gente a seguir su ejemplo en este sentido, así como él seguía el ejemplo de Cristo. El apóstol no buscaba su bienestar personal, sino el de los demás, al imitar el ejemplo de amor, unidad, aceptación y sacrificio de Jesús.
Asimismo, nosotros debemos seguir el ejemplo del Señor hasta el más mínimo detalle, de modo que podamos decirles con confianza a nuestros hermanos y hermanas: «Cópienme como yo copio a Cristo».