En marzo de 2009, en el estado de Washington, una mujer de 62 años fue acusada de robar más de 73.000 dólares de la iglesia adonde asistía. Cuando los detectives la interrogaron, dijo: «Satanás tuvo una gran participación en el robo». Suena como si dijera que el diablo la obligó a hacerlo.

Quizá Satanás haya desempeñado su parte en las decisiones de esa mujer, pero ella tenía algunos conceptos equivocados sobre la tentación y el pecado. El diablo tienta a los creyentes, pero no los hace pecar. Santiago dice que tampoco hay que culpar a Dios: «Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie» (Santiago 1:13). El Señor es bueno y santo.

Entonces, ¿a quién debemos culpar por nuestro pecado? Santiago dice: «Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido» (v. 14). Así como un pescador usa un cebo para atraer a su presa, nuestros deseos malos y descontrolados nos llevan a ceder ante la tentación y el pecado.

Cuando pecamos desobedeciendo a Dios, no culpemos a otros ni justifiquemos nuestras acciones con la teología errónea de que «el diablo me obligó a hacerlo». En cambio, asumamos toda la responsabilidad por nuestros actos, confesemos nuestros pecados a un Dios de gracia y perdonador, y procuremos volver a vivir una vida recta.