Si alguna vez trataste de arreglar algo y no pudiste, te gustará un cartel que vi fuera de un taller de reparaciones de automóviles: Arreglaremos todo lo que su esposo arregló. Ya sea que el problema sea el coche, las cañerías o un artefacto del hogar, por lo general, es mejor que lo arregle alguien que está capacitado y que es confiable.
Lo mismo sucede con el pecado y nuestras luchas internas que se oponen a los esfuerzos que hacemos para enmendarlo.
Jeremías denunció la avaricia de los profetas y de los sacerdotes de su época, diciendo: «Curan la herida de[l] pueblo [de Dios] con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz» (Jeremías 6:14). Ni ellos podían cambiar ni tampoco guiar al pueblo a experimentar una transformación espiritual. Entonces, el Señor convocó al pueblo a seguir Su camino: «Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma» (v. 16).
Siglos después, Jesús, el Hijo de Dios, dijo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28).
Las partes de nuestra vida que hemos tratado de arreglar y no hemos podido pueden ser restauradas por la mano de Dios. Por medio de la fe en Cristo, podemos ser plenamente recuperados.