Cuando mis hijos eran jóvenes, pensé que quedarían impresionados con algunos de los pocos logros que quizá yo había alcanzado: leerían mis libros y se asombrarían con mis invitaciones para disertar en conferencias. Sin embargo, después descubrí que no habían leído ninguno de mis libros y que tampoco tenían idea de los lugares donde había estado como orador. Cuando mi hijo mayor finalmente leyó uno de mis libros, ¡me dijo que la única razón de haberlo hecho fue para que yo dejara de decirle a la gente que mis hijos nunca los habían leído!
Seamos realistas: En su mayoría, nuestros hijos no se sienten impresionados con nuestros logros. Así que, la única manera de cubrir la brecha es llegar a ellos allí donde se encuentran; entrar en su mundo. Para eso tenemos que ir a jugar con ellos en el parque de diversiones o con la pelota en el patio trasero de la casa.
Jesús hizo así con nosotros. Juan dijo de Él: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria…)» (Juan 1:14). En otras palabras, el Señor descendió a nuestro nivel cuando vino a esta tierra, lo cual condujo a concretar Su logro más grandioso: cubrir una vez y para siempre la brecha entre Su mundo y el nuestro. ¡Recién entonces pudimos comenzar a entender cuán digno es Él de nuestra máxima adoración y alabanza!