En un viaje reciente en avión, me preparé para trabajar un poco. Esparcidos sobre la bandeja de mi asiento estaban mi computadora portátil, mi disco rígido de respaldo, mi iPod y otros aparatos que forman parte de un «guerrero del camino» del siglo xxi. Mientras trabajaba, un joven que estaba sentado a mi lado me preguntó si podía hacer un comentario. Me dijo qué alentador era para él, un hombre joven, ver que alguien de mi edad utilizara con tanto entusiasmo la tecnología moderna. Más allá de que tuvo la intención de halagarme, de repente sentí que tenía como 120 años. ¿Qué quiso decir con «alguien de mi edad»?, me pregunté. Después de todo, «sólo» tengo 57.
Entonces, recordé el Salmo 71, para la gente de «mi edad» y de un poco más. Nos trae a la mente el valor de la vida bien vivida y de la importancia de las lecciones aprendidas: Las lecciones no son sólo para beneficio personal, sino para transmitírselas a las generaciones subsiguientes. El salmista escribió: «Aun en la vejez y en las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir» (v. 18).
Así que, quizá ser «alguien de mi edad» no sea un rango tan malo. El privilegio de los «veteranos» seguidores de Cristo es declarar el poder y la fortaleza de Dios a las generaciones más jóvenes. Así podremos ser un verdadero estímulo para ellos.