Ya sabes cómo son los periódicos. Las historias de crímenes grandes y escandalosos aparecen a todo lo largo de la primera página en negritas, con titulares grandes y los nombres de los alegados participantes. Luego, un par de días después, si el periódico confundió los nombres e implicó a una persona inocente, aparece una corrección en una esquinita al pie de la página 19.
Aunque hubiera sido fácil ignorar el error, y muchas personas nunca se hubieran dado cuenta de la diferencia, el periódico admitió que no había informado los hechos con precisión. (Y francamente, las correcciones no son noticias de primera plana.) Aun así, el periódico hizo lo
correcto al aclarar las cosas.
La verdad es tan básica en la vida como en las noticias. Sin la verdad hay confusión moral. Sin la verdad, a las cosas buenas se les dice malas y a las malas, buenas. Sin la verdad, los criminales y las personas detestables reciben el crédito de ser honorables, mientras que a las personas honestas se les atribuye la reputación de ser criminales.
Por tanto, no debería sorprendernos el que Dios espere la verdad de nosotros (Salmo 51:6). Y no debería sorprendernos que el Señor se agradara de David cuando éste confesó sus pecados de homicidio, adulterio y encubrimiento.
Lo correcto para David era decir la verdad: llamar a lo malo «malo». Hasta que no hizo eso no pudo preocuparse verdaderamente por la manera en que su pecado había dañado el nombre y la reputación de Dios.
¿Y nosotros? ¿Hemos sido honestos con Dios? ¿Lo hemos agradado aclarando las cosas respecto a nuestro pecado? ¿Hemos, al igual que David, confesado nuestro pecado al Padre celestial?
Dios quiere que seamos veraces en nuestros corazones, y eso significa tener el coraje de llamar a lo malo «malo». —MD
R E F L E X I Ó N
■ ¿Soy honesto con Dios acerca de mi vida? ¿De toda mi vida? ¿De la mayor parte de ella? ¿De parte de ella?
■ ¿Por qué es tan difícil decirle a Dios lo que Él ya sabe?
■ Cuando tapo el pecado, ¿cómo me afecta?