Solía subir corriendo los 10 tramos de escaleras que llevaban a mi dormitorio cuando era estudiante, pero esta subida era diferente. Me encontraba dentro de la estatua de la libertad, de 100 metros de alto (incluyendo el pedestal). Sentía el corazón latir y los pulmones tratando de respirar más aire (del que no está contaminado); los músculos de las piernas me dolían y pedían un descanso
mientras subía rápidamente por la estrecha escalera de espiral.
Una vez llegué a la corona, miré por la ventanita pequeña y empañada y me encontré con una vista francamente decepcionante. (Ni siquiera tomé una foto.)
Sólo podía pensar en una cosa: regresar afuera.
Posteriormente ese mismo día, mientras caminaba por la ciudad de Nueva York recorriendo el distrito financiero, el sector de Chinatown y Broadway, me sentí abrumado por la manera en que mucha gente vive en esa ciudad que está tan estrechamente ligada a la libertad. Y me pregunté: ¿Cuántas de estas personas se sienten atrapadas en un estilo de vida vacío? ¿Cuántas están escalando
frenéticamente la escalera al éxito, sólo para encontrar decepción en la cumbre?
En una placa que está al pie de la famosa estatua del puerto de Nueva York, la Señora Libertad grita: «Dadme vuestras masas cansadas, pobres y apiñadas que anhelan respirar libertad.» Millones de personas han ido y han encontrado libertad política, pero aún se sienten atadas por otra cosa.
La cruz de Cristo se levanta, no sobre un pedestal en un puerto, sino en las
páginas de la historia, como monumento a la libertad espiritual. Cristo llama
diciendo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar» (Mateo 11:28). También dijo: «Así que, si el Hijo os liberta, seréis
verdaderamente libres» (Juan 8:36).
Hoy los norteamericanos celebramos nuestra libertad política. Si has aceptado la invitación de Cristo te puedes unir a mí para celebrar una libertad mucho más
importante: la libertad de la tiranía del pecado y un estilo de vida que no tiene salida. ¡Estamos respirando aire libre! —KD
R E F L E X I Ó N
■ ¿He experimentado personalmente la libertad que Jesús ofrece a todos los que creen? (Juan 8).
■ ¿Conozco a alguien que esté buscando la libertad en los lugares equivocados?
■ ¿Cómo puedo ayudar a mis amigos, compañeros de clase, compañeros de
trabajo, familiares y otros en mi ciudad a que conozcan la libertad de Cristo?