A un misionero y a mí nos invitaron a almorzar con David, un hombre de casi 80 años, quien sustentaba con generosidad el ministerio de este siervo de Dios. David no podía ir a visitar el país donde servía el misionero, pero, mientras daba gracias por los alimentos, oró con toda facilidad por las personas, los lugares y las circunstancias de aquel lugar. Después de haber orado habitualmente por ese ministerio, no tenía problema en mencionar datos específicos. Este hombre tenía una perspectiva de la obra misionera que iba más allá de las fronteras de su país, Singapur.
Nuestro Señor Jesús nos mandó tener una perspectiva mundial de la obra misionera. Cuando dijo: «Id, y haced discípulos a todas las naciones, […] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mateo 28:19-20), no nos pedía que compráramos un billete para ir por todo el mundo a proclamar Su mensaje. Quizá no tengamos oportunidad de salir del lugar donde nacimos, pero podemos participar de lo que sucede en el mundo, sin dejar nuestra ciudad natal.
Ahora bien, ¿cómo se hace? ¿Hay algún estudiante de otro país que viva cerca de tu casa? ¿Una familia de otra nación que intenta enfrentar la vida en un entorno nuevo? ¿O, simplemente, una persona solitaria a quien puedas levantarle el ánimo? Hablarles sobre el amor de Dios es tu manera de cruzar los océanos con el evangelio.