Afinales del año pasado se descubrió que una de las personas enterradas en el cementerio de Arlington había mentido acerca de su servicio militar.
Larry Lawrence, antiguo embajador de los Estados Unidos en Suiza, había dicho que prestó servicio en la Marina Mercante durante la Segunda Guerra Mundial y
que había sufrido una herida en la cabeza al ser lanzado del barco a aguas heladas. ¿Cuál era problema? Que nada de eso era verdad, y su esposa a la larga pidió que sacaran su cadáver del cementerio.
No es la primera vez que una mentira se convierte en una gran noticia. Un almirante de la Marina se suicidó cuando estaba a punto se revelarse que llevaba puesta una medalla que no se había ganado. Miss Virginia perdió la
corona en 1995 cuando se descubrió que no era estudiante de leyes en la Universidad de Miami como había dicho. Un juez federal admitió que no era hermano de un muchacho a quien mataron en un incidente racial, aunque
durante años dijo que sí era esa persona.
Nuestras mentiras por lo general no son tan públicas. Y tal vez puedas encontrar montones de razones para racionalizar el porqué es necesario mentir. Después de todo, no querrás herir los sentimientos de nadie… unos
cuantos detalles nuevos mejorarían la historia… es justo suministrar un historial académico embellecido cuando todo el mundo lo hace… (A una práctica conocida como el «bombo» académico a veces se le llama «la versión de jamón enlatado de un curriculum». Se le inyecta agua hasta que llene el espacio requerido.)
Las mentiras parecen venir en todos los tamaños y colores. Pero como seguidores de Cristo, nunca deberíamos mentir, independientemente de cuáles sean las circunstancias. Hay fuertes recordatorios de ello en la Biblia: «Los labios mentirosos son abominables para Jehová…» (Proverbios 12:22). «Por eso, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo…» (Efesios 4:25). «No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos» (Colosenses 3:9).
Por tanto, la próxima vez que te sientas tentado a decir mentirillas o a inventar
algo; cuando sientas la urgencia de perjurar, inflar o prevaricar, recuerda que
independientemente de cómo lo llames, sigue siendo mentira. Y viene de Satanás, «el padre de mentiras» (Juan 8:44). Hemos de ser imitadores de Cristo, y ¡Dios nunca miente! (Tito 1:2; Hebreos 6:18). —CK
R E F L E X I Ó N
■ ¿Alguna vez he «realzado» la verdad para lucir mejor? ¿He estado «inventando» la verdad para salir de líos? ¿Cómo puedo impedir que mentir se
convierta en un pecado habitual?
■ ¿Me ha recordado Dios alguna mentira que haya dicho? ¿Qué voy a hacer?