Missy daba gracias a Dios por su nuevo empleo. Las horas de trabajo le permitían continuar sus estudios al tiempo que ganaba suficiente dinero para cubrir sus gastos. Cuando se dirigía al trabajo el primer día, le prometió al Señor que pondría lo mejor de su parte para dar un buen testimonio.
Entonces conoció a Louise. En seguida supo que no iba a ser fácil. Louise, quien era dominante, ruda y siempre estaba a la defensiva, era muy mandona con ella y siempre encontraba algo malo en todo lo que hacía. Mientras más trataba Missy de hacerse amiga de ella, más la rechazaba Louise. Cuando Missy le habló de Cristo, Louise respondió fríamente: «Probé eso una vez y no dio resultado.»
Missy le pidió ayuda a Dios. Le pareció que Él la guió a Juan 13:34: «… como yo os he amado, que también os améis unos a otros.» Así, Missy empezó a orar por Louise, y siguió demostrándole su amor. Todo lo que recibía a cambio era dureza.
Pero seguía intentándolo. Después de un día especialmente difícil, Missy abrió la Biblia y clamó a Dios. Una vez más leyó Juan 13:34. «¡Pero ni siquiera me cae
bien!» —exclamó.
Un día, Louise buscó a Missy en un receso y le dijo bruscamente: «Tengo que hablar contigo. Eres la única que se preocupa por mí.» Louise le contó una historia de divorcio, dolor y problemas. Missy la abrazó y la consoló. Se hicieron amigas, y después de unos meses, Louise fue con ella a la iglesia. Aunque durante un tiempo luchó porque no quería rendir su voluntad completamente, le entregó su corazón a Cristo.
Esta historia real tiene un final feliz. La que estás viviendo tú puede que no lo
tenga. Aun así, como seguidores de Cristo debemos recordar que nuestra luz brilla más a través de nuestro amor. —DE
R E F L E X I Ó N
■ ¿Qué había en el corazón de Missy que la hizo seguir acercándose a Louise?
¿Tengo eso en mi corazón?
■ Al reflexionar en Juan 13:34, ¿adónde me está guiando el Espíritu Santo a
aplicarlo? ¿A quién?