Me alegré mucho cuando un amigo mutuo le regaló una Biblia a mi vecina. Sin embargo, ella me dijo que había dejado de leerla ya que no podía entender por qué Dios había sido tan injusto como para rechazar la ofrenda de Caín. «Después de todo —dijo ella—, como era granjero, simplemente le presentó a Dios lo que tenía. ¿Esperaba Dios que él comprara alguna otra clase de sacrificio para ofrecerle?». Es lamentable, pero ella no había entendido la idea.
No significaba que a Dios no le gustaran las verduras, sino que sabía que la ofrenda de Caín encubría una actitud equivocada. Él no estaba completamente entregado al Señor, como lo revela el hecho de no vivir conforme a Sus caminos.
Es fácil adorar al Señor por fuera mientras nos negamos obstinadamente a entregar aspectos internos. Judas escribe sobre personas exteriormente religiosas que usan las actividades espirituales para esconder la realidad de sus vidas pecaminosas: «¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín» (Judas 11). Podemos servir fielmente a Dios, cantarle alabanzas y ofrendar generosamente para Su obra, pero Él no quiere nada de eso si no lo hacemos de corazón.
¿Ocupa el Señor el primer lugar por encima de nuestros planes y sueños? ¿Es Él más valioso que el pecado que nos tienta? Decirle que es más precioso que cualquier otra cosa o persona en nuestras vidas es la clase de ofrenda que el Señor nunca rechazará.