Cuando iba a la escuela en Singapur, recuerdo que algunos de mis compañeros que habían puesto su fe en Jesús eran echados de sus casas por sus padres que no creían en Cristo. Sufrían por sus creencias, y esto hacía que tuvieran convicciones más profundas. Por el contrario, yo nací y fui criado en una familia cristiana. Aunque no experimenté persecuciones, también tuve que hacer propias mis convicciones sobre la fe.
Los israelitas que entraron por primera vez a la tierra prometida con Josué vieron las obras poderosas de Dios y creyeron (Jueces 2:7). Sin embargo, la generación siguiente, lamentablemente, «no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel» (v. 10). Por lo tanto, al poco tiempo, se desviaron para adorar a otros dioses (v. 12); no se apropiaron de la fe de sus padres.
Ninguna generación puede vivir de la fe de la generación anterior. Es necesario creer en forma personal. Cuando se enfrentan problemas de diversas clases, es probable que la fe que no es personal se deslice y flaquee.
Sin duda, quienes constituyen la segunda, tercera o incluso cuarta generación de creyentes tienen un legado maravilloso. No obstante, ¡no hay fe de segunda mano! Averigua lo que Dios dice en Su Palabra y personalízalo para que tu fe sea nueva y de primera mano (Josué 1:8).