Hace un tiempo, mi esposa encontró a una mujer que necesitaba transporte. Al pensar que quizá Dios había preparado la situación, aceptó llevarla. En el trayecto, la mujer le contó que era creyente, pero que estaba luchando contra un problema de drogadicción. Mi esposa escuchó a esta angustiada mujer y luego le habló. Mientras le daba esperanzas sobre un mañana mejor, creo que, en cierta medida, esa mujer experimentó un pedacito de cielo en la tierra.
Cuando Dios le indicó a Moisés que construyera el tabernáculo según Sus especificaciones, fue para que Su pueblo pudiera sentir Su presencia. Me gusta pensar en eso como un pedacito de cielo en la tierra. El templo también era un ejemplo palpable de la presencia de Dios en este mundo (1 Reyes 5–8). El propósito de estos lugares sagrados era que Dios morara entre Su pueblo. Este fue el plan de Dios cuando Jesús, el templo perfecto, «habitó» entre nosotros (Juan 1:14).
Cuando Jesús ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo a morar en Sus seguidores (Juan 14:16-17), para que nosotros fuésemos tabernáculos y templos de Dios en el mundo (1 Corintios 3:16; 6:19). Como representantes de la presencia del Señor, busquemos formas de brindar paz y esperanza de cielo a las demás personas que están en este mundo.