«¡No es justo!» Ya sea que lo hayas dicho o que, al menos, lo hayas pensado, debes admitir que es difícil ver que alguien se sale con la suya y no recibe lo que merece. Esto lo aprendemos desde niños. Sólo hay que preguntarles a padres de adolescentes. Los chicos odian que a los hermanos no se los castigue por cosas por las que ellos recibieron una zurra. Por eso, siempre están chismorreando lo que hacen unos u otros. Pero, en realidad, nunca cambiamos. A nuestro modo de pensar, justicia significa que los pecadores merecen la ira de Dios y que nosotros, los buenos, merecemos Sus elogios.
Sin embargo, si Dios fuera sólo «justo», ¡todos seríamos consumidos por Su juicio! Podemos dar gracias por esto: «[Dios] no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades» (Salmo 103:10). Deberíamos estar contentos, no malhumorados, de que Él prefiere la misericordia más que la justicia, y está dispuesto a extender Su gracia aun a aquellos que no la merecen y que están perdidos sin esperanza. Y, mientras pensamos en esto, ¿cuándo fue la última vez que permitimos que la misericordia triunfara sobre la justicia con respecto a alguien que nos ofendió?
No es la justicia de Dios, sino Su misericordia lo que hace que Él nos busque, para que haya fiesta en el cielo cuando somos hallados (Lucas 15:7). Personalmente, ¡estoy agradecido de que Dios no haya sido «justo» conmigo! Y tú, ¿qué piensas?